Un color de vital importancia
- Los relatos de Verónica
- 22 ene 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 23 ene 2024
El olor a tierra mezclado con óxido impregnaba las fosas nasales de Valery. Creía que, después de tantos años viviendo allí, se acabaría acostumbrando a aquel ambiente cargado y asfixiante. Sin embargo, empeoraba cada día. En lugar de disminuir, la toxicidad iba en aumento. Cuando llovía, que lo hacía casi todos los días, era barro tóxico. Y en el caso de que no fuera así, la humedad se volvía casi insoportable.
Hacía tiempo que no tenía presente la determinación que la había llevado hasta allí. Pasar hambre y frío en su tierra natal ya no le parecía tan terrible. Lo que sí tenía claro era por qué permanecía en aquel lugar: Casilda. Su piel bronceada y bañada por el sol, tan diferente a la de aspecto pálido de la mayoría de los habitantes de la ciudad, fue lo primero que le llamó la atención. Ambas pertenecían a un mundo diferente a aquél, más implacable, y tenían razones para haber acabado allí.
Aquella mañana, les sirvieron una ración insípida de champiñones con patatas hervidas. Que estuvieran en guerra contra sus vecinos del norte por un territorio en disputa y que en cualquier momento tuvieran que ir a la batalla, parecía que no significaba que mereciesen una comida más copiosa y sabrosa. Y si algo abundaba en aquel lugar, eran los champiñones. Al menos, tenían un plato de comida caliente.
Casilda apareció de la nada, tocando la nuca de Valery y haciéndole sentir que se le erizaba cada pequeño rincón de su piel.
— No me acostumbro a este color. ¿A quién se le ha ocurrido? Las batallas suelen ocurrir en campo abierto, en el lodo. Este verde parece pedir a gritos “dispare aquí” —dijo Casilda mientras se sentaba junto a Valery y daba pequeños tirones a su chaqueta militar.
— Bueno, a mí me gusta. Da un poco de color a este lugar y hace contraste con tus ojos —A Valery nunca le había gustado el marrón, hasta que la conoció.
— Venga, come, que pronto tendremos que entrenar y tienes que alimentar ese culo huesudo que tienes.
— No decías eso anoche cuando lo apretabas contra mi mano, sobre tu entrepierna—Valery sonreía de forma pícara.
Casilda, sonrojada y con una sonrisa, se disponía a hacerle una réplica ingeniosa de las suyas… pero la sirena la interrumpió.
— Están aquí. Casilda, no te separes de mí, ¿entendido?
— Claro, sin mí estás perdida. Y pienso repetir lo de anoche —Casilda besó a Valery, rápida y apasionadamente —Vamos.
El tiempo que tardaron en coger los fusiles, recibir las instrucciones del comandante al mando y salir a luchar pareció transcurrir en un suspiro. Hacía tiempo que se estaban preparando.
Entraron en batalla juntas, pero no tardaron en perderse de vista. Valery no sabía cuántas veces había disparado, ni a cuantas personas había derribado. Tampoco porqué de pronto estaba tumbada de bruces. Vomitó lo que le pareció una cantidad sobrehumana de barro y champiñones y se frotó el rostro en un intento de apartarse la suciedad de los ojos. Al incorporarse, notó un golpe y un dolor punzante que le atravesaba desde atrás y salía despedido por su abdomen. Su espalda, que era la única parte de su cuerpo que no se había impregnado todavía por completo de barro, la había delatado. En ese momento, a unos metros de ella, volvió a localizar a Casilda. Estaba cubierta de barro de la cabeza a los pies, ocultando por completo el color verde esmeralda de su uniforme. Casilda gritaba algo en su dirección, pero Valery solo alcanzaba a escuchar ecos amortiguados en su cabeza.
Volvió a caer de bruces, mientras su sangre volvía marrón la parte trasera de su chaqueta, de aquel color que ahora tanto le gustaba. Lo último en lo que pensó antes de desmayarse fue en la noche anterior, en los ojos color café de Casilda y en sus propias manos enredadas en su pelo liso castaño.
© Verónica C. Ramón. Todos los derechos reservados.

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