A las tres
- Los relatos de Verónica
- 28 mar 2022
- 2 Min. de lectura
Sherlock cogió del perchero su característica gabardina y salió de casa emocionado ante la perspectiva de un nuevo caso “realmente extraño”, decían. Y eso no hacía más que despertar su interés.
Llegó al lugar cerca del mediodía. La casa era una mansión de enormes ventanales. Iba caminando hacia la puerta cuando vio a través de la ventana que daba al salón a una niña vestida de azul, jugando.
<<Diiing, Dooong>> sonó el pesado timbre tras pulsarlo.
—¿Señor inspector? —dijo una criada al abrirle la puerta, con rostro macilento, pese a que había intentado aparentar tener buen aspecto. Ni siquiera se había recogido bien el pelo con la cinta azul marino que llevaba alrededor.
—Sí, vengo por…
—Pase por favor, pase —le apremió —mi nombre es Mary Ann, encantada de conocerle señor Holmes, Alicia se encuentra en el salón —le señaló la puerta y pareció temblarle la voz mientras se alejaba a paso ligero y murmurando algo entre dientes.
Sherlock entró en el salón, impregnado de unos colores e iluminación totalmente diferentes al del recibidor. Sentía que había cruzado el umbral a una casa totalmente distinta.
El inspector observó que la niña jugaba con un reloj de bolsillo y unas muñecas. Éstas, parecían tirar de este.
—Hola, Alicia. ¿Sabes…
—Hola Señor Holmes, encantada de conocerle —le cortó Alicia, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se ponía en pie y daba saltitos hacia él —¿quiere jugar conmigo?
—Vengo a que hablemos sobre cierta historia, pequeña.
—Qué aburrido, no me gustan las historias —soltó un pequeño suspiro —Mary Ann me hace escuchar sobre Historia cada día.
—¿Y si la historia me la cuentas tú?
—Mmmm ¡Vale! —Sonrió y corrió hacia el sofá, sobre el que saltó entusiasmada.
Sherlock se sentó en un sillón cercano, a su derecha y puso su libreta sobre sus piernas cruzadas.
—Cuéntame, ¿qué ocurrió anoche? Dicen que tuviste una discusión con un hombre, de bigotes pronunciados, que llevaba gafas, pajarita y un paraguas —dijo mientras abría la libreta y sacaba un lápiz del bolsillo de interior izquierdo de su gabardina.
—¿El señor Conejo Blanco? Bueno, sí, aunque es un conejo, señor Holmes —lo miró incrédula.
—Un conejo, ya veo. A mí me parece un hombre, Alicia. ¿Estás segura? —dijo mientras apuntaba en su libreta.
—Estoy segura. Y bueno, era mi no cumpleaños ¿Sabe? Y el Señor Conejo no hacía más que meterme prisa. No fue mi culpa, yo sólo quería jugar.
—¿Y qué pasó, pequeña? A mí me lo puedes contar, será nuestro secreto —Holmes se sintió un poco niño en aquel momento.
—Bueno, él no hacía más que mirar el reloj, que eran más de las tres… decía. Y yo quería jugar, se lo pedí amablemente, pero insistió en que se tenía que ir y que yo no podía quedarme a jugar… Así que tiré de su reloj, lo agarré con fuerza y pensé que si le daba con él cuando se agachase para cogerlo y lo dejaba inconsciente, se quedaría. Y así, podríamos jugar y yo no tendría que irme a casa… —Alicia puso ante el inspector el reloj, colgando de su cadena y dando vueltas sobre su eje, dejando a la vista las manchas de sangre incrustadas en los adornos dorados de este.
"Relato inspirado en los personajes de Alicia en el país de las maravillas y Sherlock Holmes"
© Verónica C. Ramón. Todos los derechos reservados.

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